Sonia revolotea los dedos ligeros sobre las teclas del piano
mientras llueve, también hoy,
entre los cerezos aùn no florecidos del jardín.
Detalles de inapropiadas melancolías
diseñan todo entorno a los paisajes
ya rendidos indistintos por la tarde,
sustryendo y dilatando, con similar inconstante cadencia,
presagiadas fluideces sonoras
hacia inalcanzables recuerdos.
Reemergen, asì,
entre las notas casi abandonadas sin protección sentimental,
perdida opacidad decisional de su vida,
amores quemados por las apasionadas frivolidades veraniegas,
soleadas sonrisas que se abrían en las danzas
sobre la arena en la orilla de los sueños.
Sonia va así re reproponiendo
sòlo por una vez màs, decide,
una melodía color pastel
reemergida en la partitura de la nostalgia,
probada y reprobada, a decir verdad,
y sin embargo nuevamente animada.
Ahora se interrumpe de repente,
como raptada por una repentina sensación de abandono:
sus ojos, sus labios, un deslizarse de imágenes sobrepuestas
como un desorientado sobresalto de ritmo sincopado.
Sòlo queda entonces avistar,
más allá de la terraza bordada por la hiedra,
el jardín de los cerezos
ya próximos a ser abatidos en la inexorable
devastadora inconstancia de los dioses.
02 May